Derechos humanos: construcción permanente
El 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial de Lucha Contra el SIDA, un día que nos recuerda la lucha por el derecho a la salud, el derecho a la vida y la lucha contra los prejuicios que todavía hoy día existen hacia las personas que viven y conviven con esta enfermedad. De lo que se trata es del reconocimiento de derechos humanos.
La historia de lo que entendemos hoy día por derechos humanos está llena de cambios y en constante construcción. El concepto de fraternidad de la Revolución Francesa debe entenderse ahora como solidaridad, que, junto con la libertad y la igualdad, conforma la base ética de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU. Debemos recordar que los derechos humanos son universales, indivisibles, interdependientes e interrelacionados. Todas las personas debemos aspirar a estar reflejadas en el futuro en los contenidos de los derechos humanos. Mientras avanzamos, hemos podido ver un alcance mayor de los mismos y cómo se han ido haciendo visibles personas o sectores cuyos derechos antes no se reconocían.
La Carta de Derechos del Estado Libre Asociado de Puerto Rico tuvo como uno de sus modelos principales la Carta de Derechos Humanos de la ONU y, desde entonces, ese marco está implícito en las discusiones constitucionales nuestras, aunque el lenguaje más generalizado para la discusión en Puerto Rico sigue siendo hablar de derechos civiles, un marco más reducido que el de derechos humanos, que es un marco más amplio.
La Declaración Universal de Derechos Humanos tiene derechos tanto civiles como políticos, económicos, sociales y culturales. Sin embargo, los estados enfatizan el reconocimiento de los primeros debido a que resulta más económico lograrlos. Las necesidades básicas -tales como salud, alimentación, educación y vivienda- son también derechos y deben, por lo tanto, ser defendidos para garantizar la dignidad y el desarrollo de las personas.
Hoy día el lenguaje de los derechos humanos sigue ampliándose en la medida en que crecen los reclamos de más personas o grupos exigiendo que se les reconozcan derechos específicos. Hablamos, por ejemplo, de derechos de los pueblos, de derechos colectivos, de derechos sexuales, de derechos reproductivos y del derecho al acceso a las tecnologías de información y comunicación, entre otros. Del mismo modo que en un momento dado se habló de que “sin las mujeres los derechos no son humanos”, hoy día el reclamo fuerte y creciente de la comunidad LGBTI habla de “todos los derechos para todas las personas”.
Con el final o debilitamiento del llamado estado benefactor, vivimos también momentos en los que derechos que parecían ganados o reconocidos se debilitan frente a políticas económicas neoliberales. En un mundo dominado por organizaciones mundiales que protegen los intereses de los grandes capitales por encima de los de la gente, los estados rinden cada vez más sus obligaciones y compromisos de derechos humanos -sobre todo de los derechos económicos y culturales- en tratados y convenios comerciales en los que la mercancía no tiene fronteras ni problemas migratorios.
Hay una relación directa entre el desconocimiento de los derechos más básicos, la visión de mundo que desarrollan las personas, la fuerza de exigir los mismos y la movilización para luchar por una mejor calidad de vida y construir un mejor país. Si la ciudadanía conoce a cabalidad sus derechos, puede reclamarlos en cualquier ámbito, frente a un policía, ante una agencia de gobierno o en nuestro vecindario, con mayor peso, fuerza y sentido de justicia.
Los currículos escolares deben integrar los temas de equidad, de perspectiva de género y de derechos humanos. Es la mejor manera de aprender a no discriminar por raza, sexo, origen nacional, ideas políticas, religión, orientación sexual, identidad de género, edad, distintas capacidades físicas o sensoriales, ideas políticas, posiciones económicas, origen, nacimiento, condición social o cualquier otra que niegue la igualdad de derechos y dignidad a los seres humanos.
Por: Ana Irma Rivera Lassén
Publicado en El Nuevo Día el 3 de diciembre de 2013