Felicidad y desarrollo
El concepto de Producto Interno Bruto (PIB), incompleto para medir el bienestar de las personas, podría muy bien sustituirse por el de Felicidad Nacional Bruta (FNB). Este indicador mide el bienestar y la felicidad a través de varios factores como el bienestar económico, el ambiental, la salud física y mental y el bienestar laboral, social y político.
Hace poco llegó a mis manos esta propuesta, que viene de oriente y se sustenta en las enseñanzas budistas. La “economía budista”, término que bien se podría revisar, considera que el consumo es un medio para el bienestar humano, pero no su finalidad. Proponen el consumo como una de las actividades necesarias para sobrevivir y lograr una vida digna, pero no a costa de espacios y actividades como el ocio, las relaciones humanas saludables, un ambiente limpio y una democracia que promueva la defensa de los derechos y responsabilidades a las que cada persona debe aspirar.
La razón para trabajar y producir bienes y servicios sirve para proveer a la sociedad los alimentos, la ropa, la vivienda y otros bienes que garantizan su subsistencia. Pero además, esta actividad debe poderles proveer el aprecio de su trabajo, mover al ciudadano a dar lo mejor de sí y ser remunerados de manera justa. La acumulación de bienes materiales o la acumulación de dinero a cualquier precio o sin estas garantías no tiene sentido alguno, según plantea esta filosofía traída a Occidente por el economista y estadístico alemán, E. F. Schumacher, durante la década de los sesenta.
Según esta lectura, desde el punto de vista budista, no hay nada negativo en el desarrollo económico, a no ser que ese desarrollo promueva el apego a los bienes materiales y la avaricia. El crecimiento económico que se centra en la reducción de sufrimiento o las desigualdades es bienvenido, ya que puede atender y eliminar la pobreza. Esto lleva a desincentivar la maximización de beneficios como fin en sí mismo e impulsar la importancia de la producción a pequeña escala, local, adaptable y sostenible.
En Puerto Rico tenemos ejemplos de esta propuesta y, en momentos de contracción económica, pobre salud y problemas ambientales de impacto planetario, una economía que aspira a la felicidad y rescate de la dignidad humana son más que necesarias. Veamos el caso de “comercio justo” como una modalidad concreta de movernos a economías de felicidad.
El “comercio justo” sigue los principios de la economía budista haciéndolo una forma alternativa entre grupos y naciones. Cuenta con más de 3,000 locales en todo el mundo y algunas de sus prácticas son formar cooperativas y organizaciones voluntarias, rechazar los subsidios gubernamentales por trabajo, rechazar la explotación en todas sus formas, respetando los derechos humanos, señalar un precio justo y una justa paga y valorar la calidad y la sostenibilidad de lo que producen y venden.
Aunque hay otros proyectos en activo, me concentraré en La Chiwinha, localizado en el centro urbano de Río Piedras. Según presenta su página, La Chiwinha (pronunciado “chiwiña”) significa “espacio de encuentro” en aymara, uno de los idiomas indígenas de Suramérica. En Puerto Rico, La Chiwinha es un espacio alternativo de comercio justo en el que se venden: chocolates orgánicos, tes orgánicos y de frutas; carteras, billeteras y monederos; chales y pañuelos; artículos para el hogar, juguetes de paz y accesorios para las mascotas. En la Chiwinha compro la mejor “stevia” de Puerto Rico. Sé de donde viene y cómo se produce en una pequeña localidad que promueve el comercio justo en Bolivia.
¿Qué tal si llenamos el casco de Río Piedras, o la calle Gautier Benítez en Caguas de decenas de estas localidades? ¿Sería un atenuante contra la violencia y la dependencia? ¿Será posible aplicar los preceptos de la “economía budista” en Puerto Rico e incluir la felicidad como indicador de desarrollo?
Publicado en El Nuevo Día el 4 de Octubre de 2013