Hace falta un gatillero
Así también se pensaba en Sudáfrica, hasta que Mandela decidió defender sus ideales
“EL GOBERNADOR necesita un gatillero”, me dijo a quemarropa un compañero de audiencia, paradójicamente en la presentación del estudio el “Perfil de la violencia en Puerto Rico”. “¿A qué te refieres?”, le pregunté haciéndome el desentendido.
“A alguien que ataque sin piedad, que tire a la yugular”, me aclaró. No era cualquiera quien recomendaba; le sobraban los títulos y las buenas intenciones.
“Así es y así ha sido siempre, solo que en estos tiempos resulta más necesario que nunca”, añadió recibiendo de quien escribe un respetuoso silencio. Lamentablemente, tenía razón en esto último, hemos acostumbrado el oído al verbo fuerte e hiriente que roza los bordes del insulto. Peor aún, por su capacidad persuasiva, es la estrategia efectiva para quienes aspiran el favor de las masas.
Así también era en Sudáfrica hasta que Mandela decidió defender sus ideales. No con insultos, cinismo y violencia –como actuaron quienes lo privaron de su libertad–, sino con la firmeza serena y respetuosa que caracterizó su liderato.
En las filas de su partido sobraban los gatilleros, de verbo y fusil, hacían fila esperando el sonido
de la trompeta. Escucharon, sin embargo, el llamado valiente de su líder para el perdón y la reconciliación.
Atacando su carácter, las críticas de los sectores radicales no se hicieron esperar. Es tendencia humana asociar la valentía con la agresividad y la violencia, siendo esto lo típico; hacer lo contrario irónicamente es lo verdaderamente valiente. Mandela la jugó como entendía correcto y ganó, pero pudo haber muerto en prisión y no ver materializado el resultado de su sacrificio, a eso estuvo dispuesto.
No puede ser una opción buscar un gatillero que alimente los vicios que tanto daño le hacen a nuestro pueblo. No ser comprendidos es un riesgo al que tenemos que estar dispuestos. La incomprensión no convierte lo bueno en malo, solo dilata su aprobación. A Mandela le tomó más de la mitad de su vida.
La lucha que le llevó a la cárcel lo hizo grande, pero fue la que libró al salir de allí la que lo inmortalizó. Con la fuerza de su ejemplo, sin la necesidad de gatilleros, encausó la reconciliación de su pueblo convirtiéndose en referencia para la humanidad.
Autor: David Bernier
Publicado en Índice el 18 de diciembre de 2013